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En la última casa de Proaza sobresalía un murín de piedra en el que colgaba un letrero con el nombre del restaurante y la figura de un oso y un pequeño buzón con el mismo diseño. La entrada en pendiente con una edificación a la derecha que albergaba unos baños exteriores ya evocaba un ambiente rústico muy cuidado. A la puerta del restaurante había una terraza con vistas al río Trubia con algunas mesas cerradas con un toldo y más mesas fuera de él. Dentro nos esperaba lo que intuíamos: una ambientación muy asturiana y antigua contenida en un edificio de piedra y muchos elementos en madera.
Tras mirar una carta hecha artesanalmente (con el mismo logotipo de la entrada) nos decidimos por sus especialidades y por un plato de la carta para compartir entre tres. Primero nos trajeron un contundente torto de pisto y huevo frito que estaba buenísimo y muy cargado de ingredientes. La masa de los tortos era muy gordita y tierna muy parecida a los maravillosos tortos que se pueden degustar en los mercados medievales (Porrúa, por ejemplo).
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